Concepción. Abril del 2005.
Hoy pase por el viejo cine, ese que queda en el centro de la ciudad, inserto en una de esas viejas galerías a las cuales ningún parroquiano visita. Pague mi boleto ($1.800) y entre a ese mundo de pasado y nostalgia. Tome asiento en esos taburetes de cuero corroido y rasgado, el piso era de madera y contemple la película de moda.
Había olor a humedad y antaño, no habían cabritas ni bebida en vasos gigantes de cartón, en cambio, sonaban las aperturas de las bolsas de "gomitas" y "guaguitas", algún envoltorio de chocolate vagabundeaba por el piso y yo, solo, contemplaba la película.
Alguna que otra pareja se daba el beso de rigor o se cobijaban entre sus chalecos. Un timido chico miraba de reojo a su compañera y timidamente acercaba su mano a la de ella. Un par de jubilados dormian y alguna que otra ama de casa aburrida de su cotidiana vida, sacaba alguna risa que hace tiempo no sentía. Una pareja de adultos seriamente no emtian mueca alguna, quien sabe, a lo mejor era la última película que verían juntos.
El audio no era estéreo o de tecnología avanzada, se perdían las voces en ese telón o pantalla desgastada, la imagen era nitida, nada que decir...y yo, solo miraba la película.
Un murmuro amoroso se escuchaba a lo lejos, te amo...ella decía y él replicaba lo mismo. Mientras transcurría la drama, ingresaban nuevos parroquianos a la sala, solo la luz de la linterna del acomodador iluminaba ese mar oscuro y él bajaba amablemente las posaderas de madera ...gracias señor, replicaba, por esos cien pesos que sirven para la micro.
La función continuaba y el climax de la película llegaba, un tierno beso o una despedida era esperada para el final de esta trama...ninguna de las dos..solo lágrimas.
Se prenden las luces y salgo del viejo cine, afuera pega el sol levemente y mientras enfilo hacia no sé donde, me saco el sombrero para saludar a las damas que me sonríen y me hacen sentir que estoy vivo.
Había olor a humedad y antaño, no habían cabritas ni bebida en vasos gigantes de cartón, en cambio, sonaban las aperturas de las bolsas de "gomitas" y "guaguitas", algún envoltorio de chocolate vagabundeaba por el piso y yo, solo, contemplaba la película.
Alguna que otra pareja se daba el beso de rigor o se cobijaban entre sus chalecos. Un timido chico miraba de reojo a su compañera y timidamente acercaba su mano a la de ella. Un par de jubilados dormian y alguna que otra ama de casa aburrida de su cotidiana vida, sacaba alguna risa que hace tiempo no sentía. Una pareja de adultos seriamente no emtian mueca alguna, quien sabe, a lo mejor era la última película que verían juntos.
El audio no era estéreo o de tecnología avanzada, se perdían las voces en ese telón o pantalla desgastada, la imagen era nitida, nada que decir...y yo, solo miraba la película.
Un murmuro amoroso se escuchaba a lo lejos, te amo...ella decía y él replicaba lo mismo. Mientras transcurría la drama, ingresaban nuevos parroquianos a la sala, solo la luz de la linterna del acomodador iluminaba ese mar oscuro y él bajaba amablemente las posaderas de madera ...gracias señor, replicaba, por esos cien pesos que sirven para la micro.
La función continuaba y el climax de la película llegaba, un tierno beso o una despedida era esperada para el final de esta trama...ninguna de las dos..solo lágrimas.
Se prenden las luces y salgo del viejo cine, afuera pega el sol levemente y mientras enfilo hacia no sé donde, me saco el sombrero para saludar a las damas que me sonríen y me hacen sentir que estoy vivo.